17 de octubre de 2010

prólogo

PRÓLOGO
A modo de prefacio o justificación. (nunca se sabe)

Cuando el llamado monstruo de Frankenstein, que no era más que una víctima, en un acto de
ternura y de amor puro, abraza a una niña y, sin poder controlar su fuerza, la mata, el horror recorre
la sala de cine.
Los espectadores se estremecen y señalan con el dedo y, para siempre, al monstruo.
Para toda la eternidad será el monstruo o la "criatura" de Frankenstein.
Pero, para ese hombre hecho a retazos de todos los hombres, como todos nosotros, aunque no lo
quisiéramos ver, producto de nuestros genes, de nuestra educación, de nuestros amigos, y a veces,
de nuestras lecturas y mucho más en el fondo, de nuestros circunloquios y secretos pensamientos,
para ese hombre-monstruo, no hay malicia. Sólo ternura y amor.
El horror está únicamente en los ojos de los espectadores.
Cuando leo los poemas de Jorge, me siento, ¡qué presunción!, parte de su creación.
Pero yo le dejé en Lorca. Machado sobre todo.
Me olvidaba de Miguel Hernández.
Nunca Zorrillas, Gabrieles y Galanes, ni Gustavos.
Larras, tampoco. Ni Daríos.
"Margarita, está linda la mar, siento, en el alma, una alondra cantar"
¡Qué bonito! ¡Qué fino!
Pero se me quedaron Quevedo y Garcilaso.
Este último rompió muchas cosas. Los habrá intuido. O tal vez, los soñó sin saberlo.
Ambos usaron la lengua con descaro.
Uno por arriba y otro por abajo.
Por eso creo que contribuí al monstruo.
Jorge, cuando atrapa una idea, la acaricia, la ama, la acoge. La disfruta.
Y, en un momento, soez, la estrangula.
La deja muerta, sucia y pestilente en la palangana de un vulgar lupanar.
Y sin embargo, él, es dulce, aunque no lo crean.
¿Seré yo, al fin y al cabo, el doctor y el monstruo?
Los poetas ya no ejercen la carrera diplomática, pasan de métrica, endecasílabos. De asonantes,
consonantes y ripios. Y hasta de "buenas maneras".
Les gusta el buen vino. Pero es caro. Se enturbian el ojo, si es preciso, en calimocho.
La cultura se refugia en cloacas.
Donde anidan perros ciegos, sin pelo y asesinos.
Y allá en Nueva York cocodrilos y caimanes.
Leyendas urbanas. Poesías también.
Démosle al chico la palabra. Alguien, siempre alguien, querrá quitársela.
Perros hay que ladran aunque sólo mires a su amo.

Martín Merino, padre de la criatura.

Prólogo del poemario Amplia victoria de los traseros

No hay comentarios: