23 de noviembre de 2011

Happy Meal, de Adriana Bañares

Extraído del blog de Awi, AQUÍ


Happy Meal – Peluches en los coches.

Sólo tenía el título, y no era éste sino “Peluches en los Coches”. Me hizo gracia cómo sonaba. Se me ocurrió alrededor de la semana de San Mateo (las fiestas grandes de Logroño), volviendo a casa de estar pegando carteles anunciadores de la presentación de La Involución Cítrica. Así que hace poco más de un mes de aquello. Mi forma de concebir el tiempo es muy difusa. Siempre me parece que hace mucho más, pero no que los días hayan pasado más despacio. Me fijé en varios coches aparcados. Daba la casualidad de que todos tenían peluches horteras decorando la parte de atrás. Peluches realmente feos. Me pregunté por qué se considera al peluche elemento decorativo de automóvil. Como esos dados horrorosos que cuelgan de algunos retrovisores. ¿Por qué? ¿Nadie ha pensado nunca en ello? El coche es ya de por sí asfixiante por su aspecto de cabina. Por qué abarrotarlo entonces con criadores de polvo. Pienso en niños. Pero los coches que más peluches llevan no son familiares, sino primerizos: contienen a su primer conductor: joven, dieciocho años mínimo, post-adolescente. Esa etapa. Quizá sí son niños. Niños que follan en coches repletos de peluches horteras. Se me antoja dantesco. Como practicar sexo en un Chiquipark, un Toys 'r Us o, como decía el Chivi, en los servicios de un Mc Donalds. Peluches en los Coches. Buen título para un poemario. Tengo que escribir un poemario. Acaban de publicar La Involución Cítrica y tengo que escribir un poemario. Me lo comentó Nerea a finales de agosto, en otro acto poético en el que coincidimos. Me habló de Cartonerita Niñabonita y me propuso publicar con ellos. Cartonerita Niñabonita necesitaba sangre fresca. No me lo dijo así, Nerea no es caníbal. Me dijo que querían publicar a autores jóvenes, que les enviara un poemario porque era posible una publicación. Desde aquí, gracias Nerea. No sé si mirar hacia algún lado. Qué raro es esto de estar en una pantalla. Gracias, darling. El problema era el siguiente: no tenía nada escrito. Sí, cosas escritas muchas, ¿pero para otra publicación? Ya había pulido varios de mis últimos poemas para La Involución. No me parecía justo abrir el baúl de los recuerdos y seleccionar los que había rechazado para La Involución y otros proyectos. Esta editorial de la que me hablaba Nerea tenía un nombre demasiado bonito, puro y virginal como para entregarle las sobras de nada. Así que mentí. Dije “Tengo algo que enviar” cuando en realidad estaba diciendo “Escribiré algo”. Un mes después sólo tenía el título. No tendrán prisa, pensé. Ya lo escribiré. Pero entonces, ya en Bayreuth, David (Giménez) me comentó por Internet: La presentación de tu poemario y del de Nerea será en Artefacto. Jorrrrl. Escribir. Qué.

a) Hay dos arañas enormes en mi habitación. Con una de ellas me desperté el otro día. La tenía caminando sobre mi espalda. Quizá no fuera demasiado problema sino padeciera aracnofobia desde niña.

b) Estoy viviendo en una pequeña ciudad alemana y me siento extranjera, con todas las letras. La naturaleza lo rodea todo. Estoy rodeada de belleza, pero también de insectos. 

c) Tengo que matar arañas si quiero poder vivir en este apartamento. Cuando consigo matar la primera (con Hugo Deep Red; después ya me compraría insecticida), termino vomitando: además de tener un miedo irracional, resulta que soy una puta hippie. Veo a la araña deshecha. No sé de qué está compuesta la colonia Hugo Boss pero la ha disuelto. Las patas de la araña se han soltado del cuerpo. Me quedo mirando. Oigo el latido de mi corazón, algo que no soporto. Pienso en la muerte y en un folleto que me entregaron dos testigos de Jehová o de otra religión con complejo de comercial del Círculo de Lectores: “What happens to us when we die?” Pregunta el folleto, como si yo pudiera tener la respuesta: Qué nos ocurre cuando morimos. Responde con una cita de la biblia (Eclesiastes 9:5): “Los muertos... no son conscientes de nada en absoluto”. Esto no me agrada. Continua el folleto: “Desde que morimos no podemos pensar, sentir o experimentar nada.” (Salmo 146:3, 4). Me cago en la puta. Era lo único a lo que podría agarrarme. Si hay algo a lo que temo más que a las arañas es a la muerte. ¡Y ahora ni la Biblia me ampara!
La araña ha muerto. Ya ni siquiera es una araña. Se ha evaporado como si nunca hubiera estado aquí. Quizá mi miedo sea tan irracional que es psicosomático. Las arañas nunca estuvieron. No existen. Sólo eran una prueba para superar mis miedos, que no tienen tanto que ver con los insectos como con la comunicación

d) Babel. Erasmus. Salgo con unas chicas erasmus y españolas. Conocemos a unos alemanes que hablan español pero con acento mexicano unos, boliviano otros, porque pasaron el año anterior en Sudamérica. En un mismo salón fluye el español, el inglés y el alemán. Nos “hacemos entender” entre nosotros. Pero qué coño es eso de “hacerse entender”.


Así que tengo: Arañas. Muerte. Idioma.

¿Y si hago del tiempo -mi mayor enemigo- un insecto? Convierto a Saturno en araña y escribo un poemario desde el punto de vista de una Ops atormentada. Ops diosa de la fertilidad casada con Saturno, que se come a sus propios hijos. 


Ops piensa:

Siempre te he querido más que a nuestros propios hijos. Productos de un don que me acompleja /
que me hace ser deidad pero no ave
sino complejo ornitológico de corral /”

Mi Ops se siente “esposada a la prisa /
y el deterioro.”

Se pregunta si podría vencer al tiempo comiéndose a sus niños. Comiéndose un McAbro Menú Infantil: un Happy Meal.

Todo es infantil. Aquí en Bayreuth como extranjera: estoy aprendiendo a hablar. También sigue habiendo peluches. Los coches aparcados cerca de los apartamentos universitarios y las facultades los tienen.

Los coches suenan igual en todas partes los días de lluvia”.



Y los peluches, como todos los muñecos, tienen ese carácter de incorruptibilidad. Pienso en accidentes mortales de coche causados por escape de CO2. 

“El aire me quita la vida y me duermo y los muñecos

me sobreviven.”
Los peluches en los coches constatan que somos presos. Como el poema “Cajas” de Ángel Guinda. Vivimos en cajas. Salimos de unas para meternos en otras. El peluche de feria que termina en un coche, también: Desde la parte de atrás ve alejarse el camino. Se siente preso del mismo modo que se sentía preso en la máquina de la que fue sacado con un gancho. 

En todos sitios nos sentimos igual porque no podemos escapar de nosotros mismos.


Así que la mayor parte de Happy Meal ha sido escrita un domingo de resaca: El final de la primera semana en Bayreuth. Con el suelo de moqueta impregnado de insecticida. Los consejos familiares: “aprovecha el tiempo; no pierdas el tiempo”.

Happy Meal podría ser también La pesadilla de Lolita. Cierro el poemario con un relato que escribí hace un par de años: “Moscas y Veneno”*. Ese relato podría haberse titulado así: La pesadilla de Lolita. El miedo de Lolita a perder su encanto infantil, a corromperse, en una piscina llena de insectos muertos.

Antes de enviar Happy Meal a David, se lo envié a Valle Camacho, mi madre, pero también una genial ilustradora y, si yo escribí el poemario en un fin de semana, ella lo ilustró en una tarde. El modo en que había representado mis poemas me dejó alucinada. No sólo por la calidad (conozco a mi madre desde que nací, ya sabía que era una gran artista), sino porque había entendido Happy Meal a la perfección. Necesitaba insectos y terror, pero también un toque naif. Imprescindible representar el carácter infantil.

Happy Meal es el miedo de quien ha llegado al mundo y empieza a aprender qué es la vida y se pregunta por qué el tiempo no se puede detener.

Visto así parece otro folleto de testigos de Jehová, con la diferencia de que yo no doy respuestas. Ops tampoco. En la primera clase de Artes del Libro, hace siete años, en la Escuela de Arte, Julio Hontana nos dijo que lo que diferenciaba al bachillerato de artes del resto de bachilleratos, era que el resto buscaba respuestas, al contrario que nos-otros, a los que se nos pedía que planteáramos preguntas. Y eso es lo que sigo haciendo desde entonces, desde el arte, la filosofía y la poesía. 


*Finalmente, por problemas de maquetación, extensión y logística, Moscas y Veneno tuvo que ser retirado de Happy Meal














Os dejo una canción de Florence + The Machine que me acompañó en el proceso de creación de este Happy Meal y en este deseo inabarcable de querer escapar de mí para escapar de la muerte. 

1 comentario:

Céfiro dijo...

Qué chulería!