Hank, Mario y alguno que otro buen amigo
me ayudan a menudo con versos atascados.
Ha llegado el calor y ella
también lee. De lado.
Acaricio su espalda, desde el cóxis
hasta el atlas. Tirita, se da la vuelta
y me sonríe a la par que se muerde
sutilmente el labio inferior.
Aparto los libros y relego
de nuevo a la poesía
a un segundo, tercer o
trigésimo plano.
Sus manos queman el cansancio,
el deseo humeante enciende
su fruta de temporada.
Los besos, son tantos, que algunos huyen
al cielo del paladar. Ayudarán
mañana a sobrellevar 8 horas de azul.
Después de hacer cosas y mimos
que no contaré aquí,
en un acto insólito de caballerosidad,
duermo.
En sueños, Mario me susurra versos
llenos de símiles y magníficas metáforas,
dispuesto a que la poesía recupere
el trono perdido.
Y Hank me dicta una subespecie de poema
decadente
con versos a máximo volumen gritando
ME LA FOLLÉ DOS VECES
anoche.
Lo más seguro es que escriba dos poemas
cuando regresen las heladas.
La poesía se hizo para el invierno,
cuando no hay chicas tomando el sol
y las piscinas están cerradas.
ME LA FOLLÉ DOS VECES anoche |