Matan las horas cada vez un poco más,
el silencio adormecido acalla una punzada
de desaliento en la espina
dorsal, cae la nieve ante
los ojos incrédulos del cadáver
a medio hacer.
Nos morimos mucho a mucho,
el viento de septiembre se lleva
un órgano a cada silbido,
obsoletos entre tanto alcohol.
Reconócelo, amor,
ni tú ni yo nacimos
para ser cometas, libres;
somos anclas para los sueños y losas
para quienes amamos.
Eso,
si alguna vez fuimos capaces de amar
sin decir mentiras,
sin esconder los cuchillos.
Las alas de cera se derritieron apenas
al llegar al primer sol,
nosotros que nos creímos inmortales
aquel verano en que los ídolos
se arrodillaron ante nosotros,
simplemente por llevar los bolsillos
llenos de espejos y pólvora asesina.
Ahora, amor, vemos que la fuerza
se nos fue por la boca,
arrastrando en la resaca los dientes con que morder
al enemigo creado por nuestra ingratitud.
4 comentarios:
me gusta mucho eso de:
"...nosotros que nos creimos inmortales
equel verano en que los ídolos
se arrodillaron ante nosotros..."
Al final vas a acabar haciendo literatura. Ten cuidado.
Es de esos poemas que te desencajan por dentro. Sobrevuelan las verdades que no queremos creer con el eco del tiempo que se pierde. Es un poema de libro. Enhorabuena.
Cuando fuimos los mejores, que diría el Loco
Publicar un comentario