17 de julio de 2014

MUERTE DE MICHAEL HUTCHENCE

Reseña de El hombre que mató a Michael Hutchence por Julio César Álvarez para Genetika Rock




http://genetikarockradio.com/hombrematomichaelhutchence/




Un libro único, un poemario diferente dispuesto a romper temáticas y convencionalismos en la joven poesía española. Todo gira en torno al vocalista de INXS, Michael Hutchence, aparecido muerto a la precoz edad de 37 años con un cinturón al cuello. Poesía y pop como vínculo de futuro. Por Julio César Álvarez.

J. Malone Miller firma oficialmente ‘El hombre que mató a Michael Hutchence’ (Lupercalia, 2014), un ejercicio de traducción de Jorge Molinero donde nada es lo que parece, los espejos se reflejan desvergonzadamente a sí mismos, y donde resulta complejo diferenciar autor y personaje, creación y límite. Una investigación de una investigación con la banda australiana INXS y el suicidio de su líder como telón de fondo. Aquí Hutchence (encontrado muerto en una habitación de hotel de Sídney con una combinación de alcohol, Prozac y cocaína en sangre), se convierte en un reflejo imantado en el que mirarse musicalmente con detalle (“Mi manía de poner siempre/ una banda sonora a nuestras vidas”), estimulando la sensación de que el nuevo poeta posmoderno se acomoda con más facilidad en el pop de los 80 y 90 que en las viejas fórmulas poéticas del pasado (o en todo caso acaban resultando complementarias). Por eso, los poemas aparecen conectados con versos de la emergente poesía actual, los probables poetas del futuro, Vicente Muñoz Álvarez, Adriana Bañares, Ana Pérez Cañamares o Javier Cánaves, entre otros.
Resuenan por sus páginas ecos del pop con vocación poética (Leonard Cohen y su sustrato más enigmático), un aire sombrío y desafiante, donde la muerte ha venido para quedarse y a la que es mejor seducir o retratar en su enfermiza inercia (“En la 1ª planta/ del hospital clínico,/ el café/ de la máquina/ tiene/ el aroma/ de la muerte”), en un repiqueteo pop o en ese otro arquetipo rock que cultiva el gusto por el caos y la autodestrucción (“no se hicieron en una noche/ los planos de la demolición/ nadie podrá decir que no estaba avisado”). Por ello quizá, Miller, Molinero y todo el que pasa cerca de la influencia de estas páginas, se acaba sintiendo extrañamente parte de ellas, jugando también al equívoco, con sus particulares metamorfosis y caracterizaciones al modo glam de David Bowie. Un aspecto teatral que añade y no resta al conjunto, que genera curiosidad y desafío fílmico (“Una habitación con vistas a la bahía desde el jacuzzi/ En la 524 un tipo se masturba…”), como en esas películas de detectives con gabardina gris.
La figura de Michael Hutchence, catalizadora del talento poético.
‘El hombre que mató a Michael Hutchence’ posee la estructura de un disco (o de varios discos interconectados), con bonus tracks y un evidente juego con la semiótica pop. Por eso la obra en su conjunto se vive, se lee, se escucha, como un juego efectista con las infinitas emociones asociadas a la música popular. Así, aunque el lector se identifique más o menos con la intimidad mostrada, sí que juega de inmediato con todos esos otros códigos que la obra propone. La forma y el fondo acaban siendo casi lo mismo (otro nuevo juego de espejos), y donde a ratos es posible dilucidar quiénes somos en los más pequeños detalles o en nuestra potencial muerte diaria. Sea como sea, los que nos quedamos observando, no podemos evitar fijar la mirada y esa extraña sensación que nos genera conectar momentáneamente con una rock-star en su particular espiral descendente (“hoteles de lujo/ con escobillas de váter negras/ no ver la mierda ajena/ ni la propia”). Quizá por ese desgarrador deseo de no querer ser salvado de sí mismo.

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